jueves, 13 de mayo de 2010

El ego sobrevive muy poco tiempo fuera del cuerpo de una mujer. Caminar por las calles sin ver un sabroso culo que invadir es idéntico a vivir una dolorosa y lenta agonía. Caminé y caminé, paso a paso perdía las ganas de hablar, paso a paso el día se oscurecía, paso a paso fui buscando prostitutas, paso a paso estuve seleccionando hasta que la erección con tan solo mirar fuera determinante.

La oscuridad de siempre. Húmeda y desgastada.

Sin ganas de hablar vacié el bolsillo y mis testículos hasta experimentar la más absoluta miseria mientras mi ego se alimentaba con la devolución del dinero.

Y me lo gasté hasta que la siguiente puta, fría como la noche dejó seco mi ego, más que mis huevos vacíos.

Sin nada, caminé y caminé, paso a paso me fui olvidando de mí mismo, paso a paso llegué a casa sin poder abrir la puerta. Mi amante, que me esperaba desnuda, ansiosa, repentinamente empacó las maletas tras abrirme la puerta.

Sin despedirse se marchó.

Pedí una pizza, una hermosa voz me atendió, pregunté después de ordenar qué día estaba libre. Tres días bastan para recuperarme, ¿valdrá la pena averiguar sin actividad previa si su cuerpo hace justicia a su voz?

¿Desde cuándo importa más la voluptuosidad de un cuerpo que la sensualidad de una voz?

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